VIII-Avellaneda Blues-Pequeñas historias de pequeños hombres

VIII-Avellaneda Blues-Pequeñas historias de pequeños hombres


-¿Viste que lo rajaron a Luis?
Benítez ni se inmuto frente a la pregunta de Domínguez y se limito a responder:- Aha.
-Pobre, no?- contesto Domínguez dibujando en su rostro un gesto de pesadumbre.
Benítez continuaba con su tarea y después de un largo silencio dijo
-Mira Juan, ya hace ocho años que trabajo en la Petroleum y a todos los que hablaban como el pibe, los terminaron rajando.
-Puta, Zorro, a veces pareces botón, disculpa que te lo diga!

Benítez callo lo que iba a responder y siguió reparando la bomba, La conocía bien, ya que no era la primera vez que la reparaba.
 Era una de las bombas alternativas de la planta de alquitrán, de las llamadas de doble efecto.
Al Zorro le encantaba reparar las bombas de ese tipo, ponerla a punto: los pistones, el balancín, la corredera…
 El Zorro Benítez tenía devoción por lo que él consideraba talento. Así sintió, cuando era joven,  que debía jugar al futbol y así sentía hoy, con más de cuarenta años cuando bailaba tango.
 Mover la pelota con gracia y a la dama invitarla a que muestre de que está hecha
Esa cultura del Zorro, la del elegante, el “cajetilla”, la había aprendido de su abuelo y la había cultivado en su juventud en Avellaneda y Quilmes.

-Yo la verdad no te entiendo- continuo Domínguez.- A veces decís una cosa y te haces el revolucionario y otras veces hablas como ahora.

Benítez continuo poniendo aceite en los alemites.
Sabia de lo que hablaba Domínguez. El tenía esa dualidad: ideales para las grandes cuestiones de la vida y un cinismo y un sentido común aberrante en muchas situaciones cotidianas que lo tocaban. Sobre todo aquellas que lo obligaban a confrontar con sus ideales.
Movió el vástago y comprobó que la corredera se desplazaba en forma sincronizada con el pistón.
Sintió satisfacción y miro con una sonrisa soberbia a Domínguez, alertándolo del resultado positivo de la reparación.
 Luego junto las herramientas y las coloca en una bolsa y otras en una caja. Coloco ambos sobre una carretilla de dos ruedas como la que tienen los maleteros de las estaciones de trenes, en la que llevaban las herramientas de peso.
-Bueno vamos Juan, a la tarde la terminamos.

Domínguez recogió sus herramientas las coloco en la carretilla y juntos fueron caminando hacia el pañol.
De mal humor como estaba, la charla con Benítez había terminado de descolocarlo.
Durante los últimos meses se sentía deprimido y el había concluido que se trataba de una suma cuyos términos eran el dolor de su pierna y la falta de dinero.
El y su mujer no despilfarraban el dinero pero aun así les resultaba escaso. Recordaba la diferencia con otras épocas en las que habían podido ahorrar y comprarse el terreno en Dock Sud donde construyeron su casa.
 Juan Domínguez pudo criar y lograr que sus dos hijas estudiasen y más de un fin de año pudo hacer donativos a la iglesia católica de la que el y su mujer eran tan devotos.
 Pero ahora sentía que todo era distinto, le costaba entender lo que pasaba a su alrededor. El creía en la justicia y la igualdad entre los hombres pero no aceptaba la política radicalizada ni a los guerrilleros.
 Su alma era naturalmente cristiana, entendía que debía amar al otro. Le costaba cuando no podía entender el comportamiento de alguien a quien creía que debía entender.
 Su mujer que lo había amado apasionadamente en la juventud, guardaba ahora hacia él una actitud de cariño por los años vividos y cierto enojo ligado al paso del tiempo: El no era el que ella había conocido
Viendo que no era el mismo, sus observaciones sobre la vida de él se transformaban siempre en reproches:
-Estas raro Juan, vos tenés algún bicho raro en la cabeza
-Pero Ana, dejate de joder ¡!
-No ves?  Lo que pasa es que no me querés más- decía, como un reclamo, como un anhelo y ambos se confundían más.
-Ya no cuidas la casa, Cuanto hace que te pedí que pintaras la puerta de casa- Y el reclamo de Ana  mezclaba lo prosaico con lo más profundo de su sentimiento.
Entonces el cerraba sus oídos y a partir de allí Ana era como una actriz de televisión que está actuando en nuestro televisor al que le hemos quitado el volumen de voz.
Andaba con ganas de llorar y no se lo permitió.
Tenía cincuenta y ocho años y sentía esas dudas masculinas que se producen con la perdida de la energía, la virilidad y del atractivo hacia las mujeres.

-Che, estas achacado – le dijo Benítez, al verlo renquear
El que no contestaba ahora era Domínguez mientras seguían caminando hacia la zona donde estaban las piletas que utilizaban para higienizarse.
Al llegar allí dejaron las herramientas y comenzaron a lavarse en silencio
Benítez se mojo la cara y el pelo y comenzó a peinarse cuando Ratto se acerco a la pileta
Observo como el otro sacaba de una sucia bolsa de plástico un pan de jabón, igualmente sucio. Ratto le respondió con una sonrisa cómplice, haciéndose cargo de la suciedad de los elementos de aseo. Esos objetos eran la representación del aspecto general de Ratto: la imagen del desaliño. Luego dirigiéndose a Domínguez inquirio:
-Visto lo de Luisito Fratti. Estos hijos de puta no perdonan una eh ?. El pibe lo único que hizo fue hablar en los vestuarios.
Lanzo un suspiro y luego dijo:
-No dijo nada raro y o echaron- Luego poniéndose la alianza concluyo:
-Aquí nunca va a  pasar nada. Los de la Comisión se lavaron las manos como siempre.
-Y vos no te lavaste las manos?- le pregunto Benítez.
Ratto se miro sus manos, y luego riendo dijo:
-Si, me las lave ahora para comer

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