Nicola-II-La historia de los hombres

Nicola-II-La historia de los hombres


¿Por qué todo había cambiado tanto?

Si en Reconquista a los quince años soñaba con tener su taller de reparación de maquinas agrícolas, quizás casarse con Mariana y tener hijos. A los que criar. Estar con ellos y no morirse y dejarlos solos como había hecho su padre.
Nicola llevaba adentro ese dolor irreductible de las pérdidas que no se sacan del alma. En su casa jamás se hablaba del padre muerto. Era una especie de pacto para “olvidar”. Quizás su madre y sus abuelos pudieron olvidar. Nicola no, siempre presente la ausencia del padre. Siempre la presencia de esa ausencia, ese contrasentido que nace del deseo, de la necesidad de que él  estuviese allí.
Aun ahora con cuarenta años, siendo un hombre hecho, hubiese necesitado de su padre. Para hablar de esto que estaba en su alma.
Hablar de esto que los hombres no hablan y que es el dolor, la muerte, la vejez,  la perdida…
Le molestaba pensar de ese modo. Hacia afuera Nicola fanfarroneaba. Daba consejos desde la altura de quien tiene paz espiritual. Pero adentro Nicola era este.
 Este que ahora toma mate y mira el barrio obrero en el que vive desde la ventana de su cocina.
Este que se pregunta cómo debe ser un hombre para sentirse entero consigo mismo. ¿Cómo tener el ímpetu para la pelea diaria?
Mira el malvón y la Santa Rita en su patio. Son sus plantas preferidas. Y las de su mujer Adela.
Nicola la conoció  cuando ella lo llamo por teléfono para que le arregle el calefón.
El había llegado al Dock Sud, acogido por la colectividad yugoeslava que vivía en el barrio y en los comercios había carteles escritos a mamo promocionando los servicios de Nicola como “experto plomero gasista”.
En realidad jamás había sido plomero gasista pero sus compadres lo convencieron que su habilidad manual y su inteligencia harían que ganase rápidamente fama como tal.
-Además- le decía Herman Zupan, un primo lejano- en el barrio no hay ningún gasista bueno y es importante que haya uno.
Así fue que Adela llamo al teléfono promocionado en el negocio de Herman, un almacén casi de ramos generales, y del otro lado lo atendió una voz joven, con un acento que Adela no supo ubicar.
Cuando Nicola la vio por primera vez, sintió atracción. Pero luego cuando la muchacha hablaba con él mientras desarmaba el calefón, comenzó a sentir empatía.
Y ella entonces le cebo un mate que el tomo como el mejor convite para hablar. Y Nicola sintió el calor en el cuerpo que una mujer produce en un hombre.

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Edith enviaba a sus hijos a la escuela pública y los hacía ir periódicamente a la Biblioteca popular Juan Maria Gutiérrez.
 A veces el abuelo Dussan los acompañaba. Entonces elegían los manuales de la Enciclopedia Clásica Jackson y tomaban La Ilíada de Homero.
El abuelo los llevaba a una sala  donde se podía “hablar bajito” y les leía el resumen sobre la gesta de Aquiles, Menelao , Patroclo y Héctor.
En la mente de Dussan, su mujer y su hija, los libros representaban la herramienta de ascenso.
Dussan había sido militante anarquista en su juventud y estaba imbuido de las ideas de progreso de los trabajadores y consideraba que las enciclopedias representaban el saber condensado de la humanidad.
Entendía que transmitiendo algo de sus textos a los nietos los acercaría a ese saber, que como cualquier mercancía era propiedad de la burguesía.
Dussan no quiso transmitir sus ideas anarco-socialistas a sus nietos. Un poco porque sentía que eran ideas de otra época de su vida y otro poco porque quería que sus nietos cambiasen de clase social.
Dussan soñaba con títulos universitarios para sus nietos y el que lo logro fue Ivan el menor de los tres varones.
 Pedro el del medio llego a terminar la escuela secundaria. Pero Nicola termino la primaria e hizo solo dos años de secundaria.
 No fue por falta de talento, sino el resultado de la vida de una familia de trabajadores.
Hacía falta que Nicola aportase siendo el mayor de los hermanos. Hacía falta ese aporte y no otro gasto ya que el aporte del abuelo Dussan era bueno, pero Edith la madre de Nicola se sentía siempre en deuda con sus padres.
Edith nunca sintió una deuda con Nicola. Un particular sentido de la propiedad sobre el esfuerzo de su hijo hacia que sintiese el dinero del trabajo de Nicola como propio y como propio también el aporte que hacían a la economía de la familia.
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Nicola pensó en su madre. La recordaba viéndola amasar.
A ella le gustaba hacer appfelstrudel y a él le deleitaba mirarla mientras ella amasaba y amasaba con sus potentes brazos hasta que la masa se ponía suficientemente delgada y consistente como para transformarse en hojaldre.
Appfelstrudel: el pastel de manzanas de los austriacos y los alemanes del Sur.
Recordaba a Herr Kirsch. Un alemán simplón que era vecino de su abuelo e intentaba vanamente conquistar a su madre. Quizás si en vez de decirle Herr lo hubiese, alguna vez, llamado por su nombre -Andreas- a Nicola le hubiese caído más humano, más simpático.
Pero Andreas Kirsch era un alemán orgulloso, y consideraba que tenía motivos para sentirse así en tanto era alemán.
A medida que crecía, Nicola despreciaba a ese hombre pero esencialmente a ese aire de superioridad que transmitía.
Nicola  no tenía una imagen fuerte de su padre, porque en su casa se evitaba hablar de él, de contar cosas de él. Pero  definitivamente Kirsch no representaba una imagen masculina por la que sintiese curiosidad o admiración.
Nicola tampoco pregunto demasiado sobre su padre. Ni cuando tuvo edad de hacerlo y lo que es peor, cuando tuvo necesidad de hacerlo.
Nunca pregunto a su madre por que no había vuelto a casarse o a tener un compañero. Los hijos varones no hablan de eso con sus madres.
Y menos en Reconquista.
Y ahora que era un hombre tampoco lo hablaría. Apenas si llamaba por teléfono a su madre para el cumpleaños o para la Navidad.
¿Cuando le preguntaría que es lo que pasaba en su corazón cuando su padre había muerto?
¿Cuando la consultaría sobre lo que ocupaba su mente mientras amasaba y amasaba ese strudel que el saborearía junto a Pedro, Ivan y el abuelo Dussan?
El pensaba que solo debía esperar de su madre el calor en el hogar y jamás el abrazo contenedor.
¿Por qué Nicola, los hombres no podemos hablar de esos temas.
¿Por qué no se lo podemos preguntar a nuestras madres, sobre el dolor, la muerte, las enfermedades, las separaciones?
¿Acaso nos haría menos hombres, menos fuertes para la pelea, la digna pelea que nos convoca?
Vino a su mente My Way-A mi manera- cantado por Frank Sinatra aunque no, la versión de Paul Anka le parecía mejor:
…FOR WHAT IS A MAN, WHAT HAS HE GOT?
IF NOT HIMSELF, THEN HE HAS NAUGHT…
Nicola apenas entendía el inglés, pero su curiosidad lo llevaba a la lectura de las letras de los temas que le gustaban y él pensaba eso.
Mientras crecía y se fortalecía pensaba eso que mágicamente le transmitía esa canción que Adela le regalo en un “long play” de Frank Sinatra cuando el cumplió treinta y cinco:
Para que es un hombre
Que es lo que lleva dentro
Si no es el mismo
Entonces es nada, es nadie
Tantas veces surcaron en su cabeza esas ideas, que ahora una canción condensaba!
Quizás Adela solo admiraba a Sinatra. O quizás entendía lo que ese verso podía significar para él.
¿Por qué no?


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