Avellaneda Blues-XIII: Pequeñas Historia de pequeños hombres

Avellaneda Blues-XIII: Pequeñas Historia de pequeños hombres

El día era francamente insoportable.
Benítez se había quitado la camisa y estaba en camiseta.
Peralta había sido más práctico y aprovechando que nadie podía verlos, ya que estaban trabajando detrás de unos hornos, se había quitado no solo la camisa, sino también los pantalones de trabajo quedándose con unos pantalones cortos de color azul.
-Sacate la camiseta Zorro- le dijo a Benítez, pero este no le contesto.
-¡Ah ¡ mañana la milonga, loco ¡-continuó mientras pensaba que los viernes eran los mejores días de cada semana. Peralta se miro los pelos del pecho y observó con agrado de los músculos de sus brazos y del torso. Le gustaba usar las camisas desabrochando los primeros botones, seguro que a las mujeres les agradaba ver el triangulo que se formaba entre el final del cuello y el inicio de su pecho.
-Hay una mina que va todos los sábados y el anterior, ya sobre el final me estuvo relojeando, pero yo estaba con otra flaquita. Mañana no se me escapa
-¿Dónde vas a bailar?-le preguntó Benítez.
-Al Elsieland- comento mientras acariciaba con su labio inferior los poblados bigotes.
-¿Te gustan las minas buenas, no?-Benítez movió el rotor de la bomba y hablaba con Peralta sin mirarlo
Era una forma de probarlo y de mostrarle distancia. De todos modos sentía una enorme estima por ese muchacho, que tenía la edad que podría haber tenido un hijo de Rita y él.
Cuando empezaron a noviar hablaron de tener hijos. Luego cuando se casaron, ella con veinte y él con veinticinco, decidieron esperar  hasta que pudiesen construir una casa con comodidades mínimas.
Ella trabajaba en esa época como cajera en el Banco Provincia y ese ingreso era necesario para las aspiraciones de ambos jóvenes.
Pero no se dio así. La vida no quiso que diera así y ahora tenía trabajando con él a ese muchacho de veintidós años, confiado, provocador pero respetuoso. Y eso producía en Leopoldo una extraña sensación que no sabía manejar.
-¿Vos conocías al Elsieland, Zorro?-preguntó Peralta.
Benítez pensó:-Mirá debe hacer unos seis o siete años y fue la única vez que fui, porque no es un lugar donde haya buena pista de tango.
-No tango ahí no va. Americano, rock, cumbia…
Benítez sonrió. Sentía estima por el muchacho y le parecía que tenía agallas. Si algo admiraba en la gente era su fuerza para vivir y pelear por lo que creía propio.
Quizás el chico se le aparecía con la fuerza que el notaba que comenzaba a disminuir en él. Había entendido hacía ya bastante tiempo que el zorro y el puma pueden vivir la misma cantidad de tiempo, solo que para un hombre, el creerse puma implica una cantidad de riesgos mayores que sabiéndose zorro.
Y Leopoldo consideraba que su época de puma ya la había vivido.
Vino a su mente la imagen de Rita y la reprimió. Sabía que cuando hacía eso, podía fijar su mente momentáneamente en otras cosas pero a lo largo del día y posiblemente a la noche, en sueños, esa imagen volvería.
¿Por qué?- se pregunto a sí mismo, sin saber bien a qué se refería. Si al recuerdo, a la muerte de la amada o la persistencia de esa imagen que aparecía en los momentos en los que él consideraba menos oportuno.
¿Pero cuando es oportuno que aparezca algo que queremos borrar de nuestra mente?
Peralta creyó ver una lágrima en los ojos de ese hombre duro. Entonces se levantó y se puso a hacer que acomodaba las herramientas.
Hombres que no soportamos ver llorar a otros hombres, porque esas lágrimas pueden ser nuestras algún día: ¿Seremos más hombres por eso?

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