Avellaneda Blues- Benítez I- La Historia de los hombres

 
Avellaneda Blues- Benítez I- La Historia de los hombres
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 -¿Ves mi niño como los sapillos saltan?
Miró con delectación los movimientos de los sapos en el agua,
-Abuela
-Sí querido…
-¿Cómo comen los sapos si no tienen dientes?
-Ja.ja,ja. Míralo que rico Luz. ¡Que apenas tiene cuatro y cómo piensa!-Luego mirando a “su” niño le dijo:-Mi amoroso, ellos comen unos bichitos y con su sola lengua les mastican. ¿Entiendes?
La tía Luz acaricio su cabeza. El la miro con afecto. Prefería que la tía Luz lo acariciase y no que le diese besos, porque era molesta y, además, tenía bigotes.
-Anda niño. Ale!. Es hora de irse.
Tomo la mano de su abuela y la de su tía Luz y los tres fueron caminando por el borde del arroyo.
Recordaría luego, con el paso de los años,  los sauces y las pequeñas chacras que se veían a los costados del camino. Y ese trayecto donde su abuela le contaba historias fantásticas y su tía Luz reía de las ocurrencias de su madre y de las respuestas de Leopoldo.
Porque él tenía un nombre importante: Leopoldo León Benítez. Como que sería un hombre importante en el sueño proyectado de su abuela y su padre.La madre de Leopoldo, Ester, no tenía demasiado peso en esa sociedad familiar, a la hora de criar al niño.
Pero luego no tuvo ninguna. Porque murió junto con José Felipe, el padre de Leopoldo en el accidente de trenes de la estación Avellaneda de 1929.Leopoldo tenía entonces algo más de un año y fue entonces que su crianza quedo en manos de su abuela y su tía Luz.
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Esta bomba se traba porque esta desalineada-pensaba Benítez
A veces tenía una intuición notable para descubrir el origen de un problema en una bomba, en un motor, en un compresor.
-Seguro que en la parada de planta anterior ninguno reviso la alineación del eje- le comento a Dominguez.  
 Se molesto por esa situación. Le parecía que era una falta de calidad profesional de parte de un compañero suyo.
 Era tan exigente consigo mismo como con otros a los que consideraba pares.
Pensó en su abuela. Y por un instante en su madre. Esa mujer que él no conoció y a la que su abuela y su tía pocas veces mencionaron.
 Peralta había hablado durante el almuerzo de su madre. La mujer iba a cumplir cincuenta años en pocos días y le iban a hacer un festejo especial.
Benítez no quería pensar demasiado por qué la vida le había quitado la posibilidad de tener a su madre, al menos unos años.
Pero no podía dejar de pensar en Rita. Su amor. Rita murió cuando tenía veinticinco años y Leopoldo tenía treinta.
 Cuando ella murió, Leopoldo sintió que cualquier mujer que él amase, la vida se encargaría de quitársela como había hecho con su abuela, el año anterior.Entonces decidió que viviría así.
Solo.
Llevaría su masculinidad a amar mujeres sin engañarlas pero sin comprometerse. Seguiría bailando el tango, como lo había hecho con Rita, pero no se enamoraría de otra mujer.
Al bailar el tango, movería los pasos sobre su cadera, su mano guiaría firme a una dama para que ella se luciese, pero no sentiría el calor en el pecho que se produce cuando una pareja en el tango  encuentra la unión.
Pensar en no amar cuando se está en los treinta fue una decisión extrema. Inmensa vista hacia el futuro. Pero el Zorro, consideraba esa decisión como la más sana. Ya hubo suficientes mujeres para amar. Y Dios, a quien el Zorro no pensaba conocer, había decidido que esas mujeres que eran las que habían parido, criado, mimado y entendido a Leopoldo, no debían seguir a su lado.
Y si ese Dios había decidido que estuviesen al lado de Él, del Creador, entonces el Zorro no tenía armas para esa pelea.
-Pasame la barreta Luis. –dijo a Domínguez.
-Estas en una pelea desigual Zorro-dijo Domínguez, en un doble sentido, al ver la fuerza que hacía para quitar las tuercas de la brida que unía la bomba con la cañería de succión y en la charla que habian tenido el dia anterior donde el se molestó con Benítez por esa postura sin compromiso con el despido de Fratti. 
Una pelea desigual. Eso es lo que Dios le había planteado.Y si Dios quería esas mujeres para sí, ¿para que las había puesto en su vida?
Podía entender lo de su madre. Sin ella él no hubiese nacido.
Podía entender la muerte de su abuela, al fin de cuentas era el paso del tiempo.
¿Pero,por que a Rita?
¿Y por qué a Rita y al año anterior a su abuela?
Se calzó sobre la barreta e hizo fuerza, Domínguez se acercó y él espero sentir el apoyo de su compañero.
Al fin la primera tuerca cedió y luego lo fueron haciendo las restantes.
-Bueno desigual a o no, al final se rindieron-dijo Benítez con satisfacción.
-Yo me refería a la pelea de nosotros con la Petroleum-dijo Domínguez, y continuó:
-Igual si te referís a esta que tenias con las tuercas, creo que tuviste ayuda .Y con ayuda no es una pelea desigual.
-Tenés razón Luis.-Le dijo mirándolo a los ojos.Y sintió que debía escuchar mas a Domínguez. 
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-Oye Luz, míralo. Ahí va él. Tiene el “arma” de jefe, como tenía el padre-La admiración de la abuela por el niño, no estaba exenta de rigores. De modos de proceder y por los que Leopoldo debía transitar.
Ser líder. Ser valiente. Tomar iniciativas. Todo eso estaba en el catálogo que la abuela tenía sobre lo que debía ser un hombre importante.
Y todo eso lo iba transmitiendo con la paciencia infinita con que la araña teje su tela y una mujer es capaz de formar a sus críos.
Un tiempo dedicado que un hombre, a la distancia, considera divino y solo tiene una forma de agradecer ese tiempo dedicado: vivir como fue enseñado a vivir en su casa de origen.
Leopoldo corría mientras que con su voz y sus brazos, dirigía a un grupo de niños de su edad. Serían alrededor de una docena.
-Vos allá Tito, andá con el Gallego.
Todos esperaron detrás de los árboles hasta que uno de llos apareció en el medio de la calle y agitado y corriendo gritó:
 -Ahí vienen ¡!
Y ahí venían. Golpeando sus látigos contra el piso y sabiéndose odiados, asumiéndose como lo que eran: los “chanchos”.
 Revoleando sus redes, para colocar en las jaulas a los perros que encontrasen.
Y ahí venían, en el camión de la perrera, dispuestos a llevarse lo que otros habían cuidado. Queriendo mostrar que había una autoridad, que otros desconocían.
Entonces los chicos, hacían su parte. La mitad corría delante del camión y espantaba o cubría a los perros.
La otra mitad tiraba piedras a los “chanchos” molestándolos en su tarea.
Cada tanto el camión se detenía y los cazadores amagaban a bajarse y arremeter contra los chicos. Era entonces cuando ellos se dispersaban como gorriones y donde los planes de Leopoldo comenzaban a funcionar.
-¡Asesinos!-era el grito de guerra.
-Dale Tito, cagale un piedrazo al chancho gordo!
¿Cuántos perros habrían salvado?
Quién sabe. ¿Llevaría la cuenta, ese Dios que se llevaba a las mujeres que el habria de amar?






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