Las Flores del Mal – Prefacio de Baudelaire

Las Flores del Mal – Prefacio de Baudelaire


Baudaleaire fue condenado por la justicia francesa luego de la publicación de “Las Flores del Mal”. Eso fue en 1857 y noventa años después, en 1949, la misma justicia lo absolvió.
¿Qué puede la justicia condenar o condonar en Baudelaire, aun cuando se trate de la impoluta e inmaculada justicia francesa?
Pues bien lo que condeno y exculpo es el ataque a lo que llamamos moral burguesa. El alma ordenada del buen señor que se horroriza de las ligas de una mujer o de un joven fumando un porro pero no se conmueve de los ataques de los bombarderos del Imperio matando niños.
Desde ya que a Baudelaire no lo atrapaba el fragor de la lucha social cuando escribía.
Pero su alma de poeta percibía donde debía pegar para que su palabra no fuese un floreo verbal, sino la piedra candente del maldito poeta.
Cada vez que leo el prefacio que el mismo Baudelaire escribió para su obra las “Flores del Mal”, conocido como AL LECTOR, mas entiendo que lo que quiso hacer fue conmover a través del efecto de su poesia. No a través de las palabras expresadas, sino en su golpe sobre nuestra vista y nuestra alma. En eso fue la antítesis de los poetas románticos, apegados a la expresion y a la sensibilidad de la tristeza.

“…nuestros pecados son testarudos,
Nuestros arrepentimientos cobardes…”.

Poco sirve ir a confesarse y recibir el cuerpo del hijo del buen Dios, cuando la savia del pecado esta en la misma vida que se arrepiente luego.

Y buscando conmovernos, sacudir la estupidez del dejarse estar cotidiano, hace este prefacio en el que compara al Hastio, al Tedio, al Aburrimiento con la mas peligrosa de las fieras que uno pueda encontrarse “…en la jaula infame de nuestros vicios…”.

Tan brutal que “…tragaríase el mundo de un bostezo…”.

Eso era el hastío, el tedio, la normalidad burguesa a la que Baudelaire interpelaba con sus poemas

Hermoso poeta maldito, disfrutémoslo en el prefacio de “Las Flores del mal”.

 AL LECTOR

La necedad, el error, el pecado, la tacañería,
Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,
Y alimentamos nuestros amables remordimientos
Como los mendigos nutren su miseria

Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes.
Nos hacemos pagar lentamente nuestras confesiones,
Y entramos alegremente en el camino cenagoso
Creyendo con viles lágrimas lavar todas nuestras manchas.

Sobre la almohada del mal esta Satán Trismegisto
que mece largamente nuestro espíritu encantado.
Y el rico metal de nuestra voluntad
Está todo vaporizado por este sabio químico

¡Es el diablo quien empuña los hilos que nos mueven ¡
A los objetos repugnantes los encontramos atractivos
Cada hacia el infierno descendemos un paso
Sin horror a través de las tinieblas que hieden

Cual un libertino pobre que besa y muerde
El seno martirizado de una vieja ramera
Robamos, al pasar, un saber clandestino
Que exprimimos, bien fuerte, cual  vieja naranja

Oprimido, humillante, con un millón de helmintos,
En nuestro cerebro bulle un pueblo de Demonios
Y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
desciende , rio invisible con sordas quejas

Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio
todavía no han bordado con sus placenteros diseños
el canevás banal de nuestros tristes destinos
es porque nuestra alma ¡ah!, no es bastante osada

Pero entre los chacales, las panteras, los podencos
Los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes
Los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantes
en la jaula infame de nuestros vicios
¡hay uno mas feo, mas malo, más inmundo ¡
Si bien no produce grandes gestos ni grandes gritos,
haría complacido de la tierra un despojo
y en un bostezo tragaríase al mundo:
¡Es el Tedio!-los ojos preñados de involuntario llanto
Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa.
Tú conoces lector, este monstruo delicado,
¡Hipócrita lector, mi semejante, mi hermano!

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