El Escritor

“Entonces el diablo le dijo: ¿Has probado robar el alma de alguien ?-
Y ante la contestación negativa de Jhaya continuo:
-¿Cómo puedes entonces acusarme de ser malvado ?...”

M.Phanderit  “El Dios derviche”
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Eneas Cattarocci vivía en la ciudad de Saturnino Viera , un poblado que se encuentra camino a Ezeiza y cuya existencia desconocen en los hechos, los mapas impresos aunque no el Google Earth.
 Habitaba en una bonita casa de  una sola planta, que su padre, empleado bancario de cierta categoría, había construido buscando su solaz, el de su señora esposa y esencialmente el de su hijo prodigo: Eneas Cattarocci.
 Así pues Cattarocci, había heredado esa propiedad de sus padres: Romualdo y Elena , quienes por rara coincidencia (aunque no tan rara si se piensa que ambos habían nacido en la esquiva para los mapas Saturnino Viera) tenían el mismo apellido.
 He aquí-no habiendo otros motivos como los esgrimidos por el periodista Q- por que Cattarocci era también nombrado como Eneas Cattarocci Cattarocci, rasgo que agregaba pintoresquismo a su exquisita persona
 Cuando su padre y su madre murieron-hechos que sucedieron con una semana de diferencia, Eneas quedo solo. Sus amigos intentaron convencerlo de que vendiese la casa y cambiase de aires, pero primo el adagio que se repetía por generaciones: El que nace en Saturnino Viera, muere allí.
 A diferencia del príncipe troyano del que sus padres tomaron el nombre, Eneas había decidido morir en la ciudad que lo vio nacer. Cattarocci había elegido su ciudad para vivir también alejado de sus imaginarios enemigos tal como ya di cuenta en mi novela “Trampas y Pesquisas”.
Silencioso, tratando de pasar desapercibido, no podía evitar que de vez en cuando –mágicamente- una personalidad abierta y jocosa apareciese frente a sus ocasionales acompañantes. Como esos ilusionistas que viven escapándose de cajas con candados y cadenas y que de pronto aparecen frente a los ojos -con asombro de niño- de sus espectadores.
A tres cuadras de su casa viva Don Prestes. Un viejo mercenario, que había sido “culata” de Vandor en la UOM, como mayor gloria para su foja de servicios.
Prestes aceptaba públicamente, esa profesión. Y para e,l matar por encargo era una tarea mas.(“no la mas grata”-me dijo alguna vez) . De esas charlas sobre su asesinatos nació mi celebre “Balas y Pesos”.
Siempre lo había visto en la casa de Cattarocci. Allí solía estar el viejo con sus mandíbulas trabadas, mordiendo un toscano e indefectiblemente la vista clavada en el centro de la mesa. Aun cuando de mis charlas con Prestes genere varios de mis éxitos actuales, pocas cosas sabia de su recóndita alma y su visión de la vida.
Yo no sabía cuando ellos actuaban. Nunca me lo decían. Pero sé que después se sentían cómodos contándome detalles que yo anotaba en mi libreta, con la avidez de un investigador, para armar mis historias.
Allí aprendí que una de las cosas mas fantásticas que un ser humano puede vivir es la de planear un asesinato. Y Prestes y Cattarocci, si que sabían de eso.
 Por eso mi alma estaba agitada esa noche.
Cattarocci me esperaba en su casa y de allí fuimos a buscarlo a Prestes.
Evidentemente a Prestes no le bastaba vivir solo. Debía rodearse de la imagen de la mas seca y espantosa soledad
 Estaba en el patio reparando una pistola. Una bombita eléctrica alumbrando solo lo indispensable. Una pava, un mate y un cuadro con la clásica imagen del corazón de Jesus.Y el silencio. El silencio que acompañaba a Prestes como la sombra.
No se inmuto por nuestra presencia aun cuando su olfato y su sexto sentido nos debió haber detectado cuando estábamos a una cuadra de su casa. Solo cuando termino nos saludo, fue a la pieza, tomo un saco y un bolso y dijo:-Bue, vamos.
Al llegar al coche, se detuvo, y echo una mirada en derredor. Quizás trato de apresar en sus ojos la ciudad y su anochecer y mientras inhalaba el aroma agreste de los eucaliptos abrió la puerta trasera y entro al vehículo.
Cattarocci me invito a manejar pero yo, pensando en mi tarea, le pedí que lo hiciera el.
Tomo Richieri hacia Ezeiza y fuimos hacia Canning donde antes terminaba el tren de Constitución y comenzaba el de trocha angosta. Después seguimos hacia Cañuelas por caminos de tierra laterales. Cattarocci, alterno su personalidad oscura con la locuaz y Prestes no dijo una palabra en todo el viaje que se debe haber extendido por tres horas hasta que llegamos a destino: Una casa vieja de pésimo aspecto.
 El lugar era propiedad de Cattarocci, alguna vez el padre lo pensó como una casa para las vacaciones, pero se ve que en los hechos no funciono.
Estaciono el coche entre los árboles y los tres bajamos.
Seguimos a Cattarocci que tomo un enorme manojo de llaves y eligió una.
Abrió la puerta despacio y el chirrido fue tan  impresionante como lo era la oscuridad, la soledad y el silencio.
Pero ese ruido no alteraría a ningún vecino ya que como pude observar antes de entrar, la casa mas cercana estaría a cuatrocientos metros.
Entramos en fila india. Cattarocci prendió un sol de noche. La habitación tenia dos camas, una mesa y tres sillas.
Sacamos uno de los termos de café y prendimos fuego en un hogar a leña
Asi quedamos los tres alrededor de la mesa.
Mire a Prestes , mientras Cattarocci servía el café.
La luz del sol de noche pegaba por debajo de su mandíbula dejando zonas de penumbra en la cuenca de los ojos y los bordes de su nariz.
Empezó a hablar y yo a tomar notas. Después lo haría Cattarocci, para luego alternarse.
Asi estuvimos tres días y tres noches.
Despues senti frio y paso un tiempo en el que no hablaron mas.
 Prendi un cigarrillo y vi los parpados cerrados de ambos. Alli estaban, juntos, como lo habían estado los últimos treinta y dos años.
Tome la llave del coche y la de la puerta de la casa.
Toque el bolsillo de mi campera.
Alli estaba mi abultada libreta y dentro de ellas las almas de Cattarocci y Prestes.
Ahora si.
 Estaba decido a escribir la mejor novela policial jamás escrita.




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